martes, 17 de marzo de 2009

CAPITULO 4.4: IGLESIA, PAELLA Y BAUTISMO


El Gordo me dijo separando las palabras con tragos de whisky, que se había metido en una iglesia y deliraba con ser pastor en el futuro. Trató de convencerme de que fuera a la casa de su nuevo Dios.
Hablamos casi dos horas en un pub del barrio El Carmen, que apestaba a humo de cigarrillos y porros.
Cuando solo quedaban borrachos clavados en la barra húmeda, pedí la última cerveza negra. Y antes de beberla, le pegue una trompada al Gordo. El golpe pareció no inmutarle. De bronca solté un derechazo a la nariz. La cabeza con su pelo aleonado se sacudió con violencia hacia atrás. Me pareció ver lágrimas en los ojos del Sicario, pero la luz era escaza y no podría asegurarlo.
El Sicario con un hilo de sangre sobre el labio, me grito - ¡Que haces pelotudo, estás loco!- pasándose el revés de la mano contra la bolita que tenia por nariz.
-Eso es por fugarte después de lo del chino. No me estafaste pero… - logre decir antes de tener las manos del Gordo en mi cuello.
El sicario me soltó de repente como si una misteriosa descarga eléctrica le impidiera continuar la tortura. Con los ojos brillándole como muñeco de peluche arriba de la sonrisa tonta me dijo
-No a la violencia - y a continuación me recito un salmo que hizo todo más triste, más banal, más estúpido. Mateo 13-13 o algo así, dijo apuntándome con el dedo de Dios. - Yo conozco una persona más grande que habita en mi interior, que es más fuerte que el demonio que te posee, es Dios - terminó de decir, interpretando un pésimo papel de místico.
-Por favor Gordo, la palabrería fácil déjala para tu monasterio- le dije arrepentido de golpearlo a traición.-Perdona- continúe- es que me remordía de bronca, vos te borraste del mapa, sin un mensaje, sin una llamada. Yo tuve que desaparecer, que encerrarme en una habitación hasta que pasara el revuelo del secuestro. No sabía si los policías me buscaban, si estabas preso, si me habías delatado.

-Estás perdonado, pero para el nuevo negocio tenés que bautizarte o quedas fuera- dijo el Sicario con una sonrisa que hundió en el vaso de whisky.

- No, no. Sabes que no creo en eso.- dije y ocho vasos más tarde estaba convencido.
Me bauticé en el lago de La Albufera. Abandone la iglesia luego de tres domingos consecutivos de paella.
-Yo no vengo mas, van a darse que soy un incrédulo como decís vos, que viene por la comida, a mi estas historias no me interesan- sostuve una tarde y deje al Sicario cantando entre fieles con los brazos hacia el cielo.
El Gordo acepto la deserción, de todas maneras ya tenía mi bautismo de inmersión y eso lo dejaba tranquilo.

Esa noche salimos del pub abrazados. Nos lanzamos a la calle de adoquines en busca del Opel. El Gordo tenía la nariz hinchada y la chaqueta marrón le iba pequeña, dejándole ver los puños blancos de la camisa.
Me reí a carcajadas y le dije que parecía la imitación de un payaso. El Gordo se puso a bailar imitando la caminata lunar de Michael Jackson. Mientras bailaba gritaba en la noche de un miércoles - ¡Mira que estrellas, que estrellas!
Tardamos más de media hora en encontrar el Opel. Hasta que el Sicario en un minuto de lucidez recordó donde estaba. Con el automóvil en marcha con las ventanillas bajas y el viento frio despejándonos, el Gordo grito de nuevo- ¡Mira que estrellas, que estrellas!

Capitulo 3.3: AVIONES DE ESCAPE

La última vez que el Sicario se esfumó, no fue un misterio. Creía saber dónde estaba.
No tenia que pensar demasiado para conocer su escondite. No era la primera vez que desaparecía sin aviso previo.
Había regresado a Córdoba, Argentina. A cada desbande del destino, el Gordo huía al vientre materno, para perderse en las sierras cordobesas. Se instalaba en la casa de los padres, hasta que otro repentino viaje lo trajera de nuevo a España.
Cuando el primer avión sesgo la primera torre gemela, el Gordo aterrorizado corrió a comprar un pasaje de avión a Argentina. Según sus teorías todo presagiaba impactos contra torres españolas. Esta fue una de las tantas desapariciones del Gordo. Dejaba algo de ropa y un armatoste que tenia por televisor con los amigos. Fugándose con una maleta a cuadros que cerraba aplastándola con su propio peso.
El Sicario es un hombre impredecible, irresponsable con dos corazones entre las costillas, que huye de sí mismo y de sus heridas.
Su llamada telefónica, me encontró con las manos cargadas de platos sucios, corriendo con desesperación avícola, tras más platos en la cocina de un bar.
-Estoy en Valencia, tengo una idea que nos salvara.- aseguró el Sicario con un falso halo de misterio.
Abandone el trabajo. La llamada del Gordo fue la excusa perfecta para dejar las idas y venidas por más pan, sal y platos fríos.
Al día siguiente nos encontramos en un bar del barrio Orriols.
El Sicario me contó que trató de encontrar a su ex mujer. Algunos amigos le dijeron que se había ido a Uruguay, con un criador de caballos pura sangre. Derrotado terminó comiéndose la caja de bombones para Mariana.

jueves, 12 de marzo de 2009

CAPITULO 2.2: NUEVO BARRIO

Hacia un mes y medio, que habíamos abierto la oficina. En el mismo departamento que alquilamos en el Barrio Orriols. El ambiente nos gustaba, multicultural, calles sucias, bares como hormigueros, un barrio obrero, con chinos, colombianos, ecuatorianos, africanos y marroquíes clavados en las esquinas. Con carnicería argentina a dos pasos del edificio. Era el lugar perfecto para el nuevo proyecto.
Cuando el primer búlgaro entró, pensé que era un cliente. No me dio tiempo a decirle nada. Largo las palabras a quemarropa.

-Tienen una semana para cerrar esta mierda.- amenazó acompañado por un gordinflón con la camisa a punto de estallar, cadenas colgando del cuello y gafas oscuras de imitación. Ambos llevaban las cabezas rapadas. Uno tenía dos pistolas de tinta china estampadas en el brazo derecho.

-Entendieron, una semana sino…
Sin dejarlo terminar, el Gordo le estampó una naranja en la frente y nos trenzamos a patadas y trompadas. Rompí el teléfono contra la frente del más grande, que gritó atontado algo en búlgaro.
El Sicario tumbó el escritorio, gritando como loco alaridos de muerte o que querían parecerlo. Luego revoleó más naranjas.
Fui el primero en huir, el Gordo no tardo en seguirme.
El Sicario se me adelanto con el saco de naranjas al hombro y los pantalones a media asta dejándole ver la raya del culo. Sus zapatos de taco retumbaban contra la acera y tiraba naranjas fuera de sí. Era un animal herido que escapaba despavorido entre los transeúntes absortos.

miércoles, 11 de marzo de 2009

EL SICARIO SEGUNDA PARTE CAPITULO 1.1: NARANJAS


El Gordo tiró una naranja contra la frente del búlgaro antes de que terminara de hablar.
Corrimos por la calle Arquitecto Rodríguez.
Dos búlgaros, como perros de caza nos pisaban los talones.
-¡Saca el arma gordo! Grite mientras el Sicario arrojaba más naranjas desde un saco.
Uno de los búlgaros piso una naranja y se desarmo como un muñeco de plástico sobre la calle.
-¡La puta madre gordo, sacudiles plomo!- dije con lo que me quedaba de aire.
Llegamos a la esquina, el Sicario jadeaba al borde del infarto con el saco vacio colgando de la mano.
Un solo búlgaro nos seguía, el otro abandono entre naranjas rotas. Desde atrás de un poste por fin el Gordo, disparo.
Los disparos iban al suelo, su depresión aun le impedía matar. Sus dilemas morales irresueltos, la ausencia de la mujer comiéndole las tripas, empeoraban el panorama. De su ex mujer solo conservaba una foto carnet, vestidos a lunares y zapatos de tacón. Que ella dejo para evitar el sobrepeso en la maleta.
El hombre se detuvo, se parapeto detrás de un Peugeot y disparó una pistola con silenciador. El Gordo respondió con más tiros al azar mientras seguíamos corriendo.
El búlgaro se veía agitado con la cara completamente roja. Tal vez sin aire decidió que lo mejor sería parar la persecución. O solo pretendió darnos un escarmiento como prueba de que no era una broma. Con el negocio no se jode parecía ser la premisa.
Fuimos hacia la Ermita San Jerónimo, donde el Sicario había abandonado el Opel hacia más de tres meses.
-¿Estás seguro que funciona esta lata de sardinas? Pregunte, mirando aterrado lo que parecía un automóvil en plena descomposición.
-Tranquilo, tranquilo, que la maquina se la aguanta- dijo el Sicario limpiando el parabrisas con el puño de la americana.
El vehículo estaba tapado con hojas secas, cagadas de pájaros y polvo.
En el parabrisas la advertencia verde fluorescente del ayuntamiento, alertaba que pronto seria carne de las grúas.
-Vigila por si viene el búlgaro –dijo el Sicario mientras me daba la pistola por la culata.
Aferre el arma con las dos manos, temblando como si tuviera una víbora a punto de morderme. -¿Está cargada?- pregunte y la voz delató mis nervios en cortocircuito.
-¿Estas cagado? Tiene salvas, vamos a filmar una película. No preguntes boludeses. – disparó el Gordo desde la butaca del Opel.
El motor largo un quejido. El Sicario puteo, dio un golpe con la mano derecha al volante. Puteo, se persigno, miro el techo y el humo salió de las tripas del Opel.
- ¡Subí, dale, incrédulo!- dijo el Gordo largando una carcajada.
Antes de subir me pareció ver que se aproximaba el búlgaro y dispare dos tiros al aire.
-Vos tira, que las balas las pago yo- soltó el Gordo y acelero dejando una estela oscura de humo.