domingo, 12 de julio de 2009

CAPITULO 7.7: DEDO QUEBRADO


Luego de semanas de vagar sin rumbo como gaviotas sin mar.
El primer cliente cruzó la puerta de la oficina. Se trataba de un Camello del barrio,que intentaba cobrar a pequeños deudores de droga.
Localizamos a dos, el primero nos dejo un reloj y algo de dinero.
El otro se llevo dos cachetazos y la quebradura del dedo meñique por parte del Sicario.
De mala gana el Gordo le partió el dedo a un flaco de gafas, al que le faltaban tres dientes.
Ese mismo día recorrimos el barrio el Carmen bebiendo cervezas de lata a un euro.
El Sicario continuaba con sus delirios de pastor, y en el automóvil escuchaba una copia pirata de música cristiana a todo volumen.
En los estribillos cantaba y me recordaba tener fe. Los clientes no tardarían en llegar, afirmaba poseído por la guitarra eléctrica y la voz atronadora.
Llegamos a la oficina de madrugada, yo llevaba una lata de cerveza a medio terminar. El Gordo traía el hambre de 20 osos. No tardo prepararse un sándwich del tamaño de un ladrillo. Bajo la luz del tubo fluorescente los labios del Sicario se pintaban de kétchup a cada mordida.
Yo encontré un muslo de pollo abandonado en la nevera, que se ahogó en las cervezas de mi estómago.
El Gordo se durmió frente al televisor que bombardeaba anuncios para tener el mejor cuerpo del mundo. Yo mate el insomnio acodado en la barandilla del balcón, mirando las calles vacías del barrio Orriols. En donde los papeles y basura volaban por el viento como en una película del lejano oeste. Cuando sol me dio un balazo, caí rendido en el sillón.

viernes, 10 de julio de 2009

CAPITULO 6.6: MARCANDO TERRITORIO


Entré a la oficina, el Gordo dormía con la cabeza apoyada sobre el escritorio.
Al abrir la puerta no se inmuto, roncaba a destiempo como un motor fuera de punto.
-¡Soldado, firme! Grite y el Sicario dio un salto.
-¡La puta madre que lo pario! ¿No podes chillar más fuerte?- dijo el Gordo
Tenía el cabello revuelto y los ojos parecían una puñalada en lata.
- ¿Algún cliente?
-Ni uno, no sé de qué carajo se quejan los búlgaros. -dijo el Sicario
Salimos a vagabundear por el barrio. Yonquis y borrachines desayunaban porros en las aceras.
-Necesitamos Money, aseguró el Sicario.
- Algo saldrá, hay que esperar.
A pesar del desanimo nos dejamos llevar siempre atentos, buscando, marcado territorio como perros por el barrio Orriols. Hasta que el calor nos acorralo contra la barra de un bar.
Volvimos a la calle, caminamos hacia la Ermita de San Jerónimo. La basura florecía por todas partes, botellas de cerveza, bolsas de pastico, papeles, zapatos, sillas rotas y escombros. Unos 40 Automóviles estacionados rodeaban la Ermita. Los neumáticos dejaban el suelo de tierra lleno de pozos que esquivar.
En el fondo del predio dos negros operaban un automóvil a corazón abierto. Las herramientas estaban desparramadas en el suelo. Desde abajo del automóvil asomaban las piernas de uno de ellos. Más allá un tipo de aspecto sudamericano, sin camiseta con pantalones vaqueros llenos de grasa destripaba un Ford Escort modelo 94.
Completaban la escena, dos españoles de mono azul que quitaban las luces delanteras a un Seat León.
Escapando de la rabia del sol regresamos al bar por más cervezas.

miércoles, 8 de julio de 2009

CAPITULO 5.5: EL SICARIO BUSCA EMPLEO


Unos meses antes de abrir la oficina, el Gordo compró todos los días el periódico El País. Llenó de círculos rojos la página de empleos. En los márgenes dibujó el mar sin sol, dos pájaros, garabatos, y más círculos encerrando sumas y restas.
CHOFER- EXPERIENCIA -MUY BUENA REMUNERACIÓN. ZONA VALENCIA. Decía dentro del círculo más remarcado.
El Gordo consiguió el trabajo del cual solo cobraría medio mes.
Conducía un BMW y vestía de traje negro. El jefe conducía un Alfa Romeo.
Entre los dos llevaban y traían a una pareja de estafadores de un centro comercial a otro.
Sin preguntas le advirtió el jefe el primer día en que subió al BMW.
Una tarde regresaban a la oficina, la casualidad los encontró en el mismo semáforo.
Levantó el pulgar al jefe. Y el otro sacudió la cabeza y aceleró.
En la calle Primado Reig antes de cruzar las vías del tren, un coche Peugeot 306 se atravesó obligándolos a frenar. Desde atrás de un Honda Civic bajaron dos tipos y rodearon el coche del jefe.
Del Peugeot bajo un hombre de barba que apuntaba con una nueve milímetros.
-Las manos contra el coche- grito uno mientras le separaba las piernas a patadas al jefe.
El Sicario, bajó del automóvil, desentendiéndose intentó escapar. Hasta que alguien lo retuvo de la americana.
En la celda el Gordo trato de dormir. Amontonado con quince detenidos más.
¡Que te calles coño! - gritaba el Sicario, a uno que chillaba con la pierna vendada hasta la rodilla.
Cada vez que alguien hablaba, se levantaba y gritaba. ¡Que te calles coño!
Hasta que un negro de casi dos metros, le grito - Cállate tu.
El Gordo abrió los ojos como el dos de oro y dijo -bueno- con voz de niño y se durmió hasta que lo liberaron.

El jefe confesó que el Sicario no tenia parte en las estafas con tarjetas de crédito. Y el conseguir el trabajo por una tercerizadora de empleo salvo al Gordo.
Con el Sicario en libertad, nos dedicamos de lleno a organizar la oficina y a llamar contactos que podrían ayudarnos con información.
Los búlgaros no aparecieron, pero presentía que nos vigilaban. Andábamos por el barrio con cautela, como si de fantasmas se tratara. Ellos estaban ahí, lo sabíamos y nos cuidábamos las espaldas.