miércoles, 8 de julio de 2009

CAPITULO 5.5: EL SICARIO BUSCA EMPLEO


Unos meses antes de abrir la oficina, el Gordo compró todos los días el periódico El País. Llenó de círculos rojos la página de empleos. En los márgenes dibujó el mar sin sol, dos pájaros, garabatos, y más círculos encerrando sumas y restas.
CHOFER- EXPERIENCIA -MUY BUENA REMUNERACIÓN. ZONA VALENCIA. Decía dentro del círculo más remarcado.
El Gordo consiguió el trabajo del cual solo cobraría medio mes.
Conducía un BMW y vestía de traje negro. El jefe conducía un Alfa Romeo.
Entre los dos llevaban y traían a una pareja de estafadores de un centro comercial a otro.
Sin preguntas le advirtió el jefe el primer día en que subió al BMW.
Una tarde regresaban a la oficina, la casualidad los encontró en el mismo semáforo.
Levantó el pulgar al jefe. Y el otro sacudió la cabeza y aceleró.
En la calle Primado Reig antes de cruzar las vías del tren, un coche Peugeot 306 se atravesó obligándolos a frenar. Desde atrás de un Honda Civic bajaron dos tipos y rodearon el coche del jefe.
Del Peugeot bajo un hombre de barba que apuntaba con una nueve milímetros.
-Las manos contra el coche- grito uno mientras le separaba las piernas a patadas al jefe.
El Sicario, bajó del automóvil, desentendiéndose intentó escapar. Hasta que alguien lo retuvo de la americana.
En la celda el Gordo trato de dormir. Amontonado con quince detenidos más.
¡Que te calles coño! - gritaba el Sicario, a uno que chillaba con la pierna vendada hasta la rodilla.
Cada vez que alguien hablaba, se levantaba y gritaba. ¡Que te calles coño!
Hasta que un negro de casi dos metros, le grito - Cállate tu.
El Gordo abrió los ojos como el dos de oro y dijo -bueno- con voz de niño y se durmió hasta que lo liberaron.

El jefe confesó que el Sicario no tenia parte en las estafas con tarjetas de crédito. Y el conseguir el trabajo por una tercerizadora de empleo salvo al Gordo.
Con el Sicario en libertad, nos dedicamos de lleno a organizar la oficina y a llamar contactos que podrían ayudarnos con información.
Los búlgaros no aparecieron, pero presentía que nos vigilaban. Andábamos por el barrio con cautela, como si de fantasmas se tratara. Ellos estaban ahí, lo sabíamos y nos cuidábamos las espaldas.