jueves, 4 de marzo de 2010

Los invito a leer mi blog de poemas.

El sicario está de vacaciones.
http://carritosdesuper.blogspot.com/

lunes, 24 de agosto de 2009

CAPITULO 8.8: LATAS FRIAS


Sentí el impacto contra la clavícula derecha, un golpe seco. Me aterroricé pensando que no tardaría en cubrirme de sangre. El corazon se aceleró bajo mis costillas bombeando miedo. Los bulgaros nos habían cazado sin darnos oportunidad de contrarrestar su ataque.
El Gordo saltó alarmado del banco en el que charlábamos desde hacía cinco minutos. Al recibir el proyectil en los riñones aulló furioso. Agosto y el calor nos habian llevado bajo los plátanos en busca de aire fresco.
La confusión no impidió que reaccionáramos de inmediato. El Gordo gritó amenazante mirando cada una de las ventanas del edificio. Juró que los mataría a todos y con la cara desencajada amenazó a una mujer que se asomaba desde atras de una cortina blanca.
Me toque el pecho que comenzaba a arderme, mis dedos se llenaron de un liquido gelatinoso que no conseguía distinguir debido a mis nervios. Confundido volví a tocar aquella sustancia trantando de identificarla entre mis dedos. Al final caí en la cuenta de que era huevo.
Algún hijo de puta nos había tirado con huevos, que cayeron como piedras desde el edificio.
El sicarrio corrió al portal, tocó cada uno de los tiembres y estalló un puño contra el panel lleno de botones grises.
-¡Hijos de mil puta!, grite con la mirada perdida en las ventanas.
El Gordo tenía un manchón en la cintura que llegaba hasta el bolsillo trasero del pantalon y de la mano derecha corria un hilo de sangre que comenzaba a gotear.
- Si hubieran sido balas estaríamos tendidos junto al banco sobre un charco de sangre bajo los plátanos, reflexionó aliviado el Sicario.
La gente comenzó a asomarce desde los balcones. Miré a cada uno de ellos como los culpables.
-Vamonos antes de que alguien llame a la policía, dije con la voz temblorosa.

La semana trascurrió de mal en peor, no teniamos ni un céntimo.
Llevábamos tres meses sin pagar el alquiler, la oficina se había llenado de botellas, cajas de pizza, bollos de papeles y polvo. Caíamos en picada contra la pobreza.
El Gordo propuso vender cervezas en la playa. Acepte resignado, no teniamos nada que perder.
Estaba cansado de ver la nevera como un esqueleto blanco. Vacia sin ni siquiera una lechuga oxidada en sus costillas. El hambre me ponia de mal humor. El caracter del Gordo no parecía variar en absoluto. Comia todo el dia tortitas que hacia con harina y sal sobre la sarten humeante.

En bolsas de supermercado llevábamos las latas congeladas de cerveza.
Caminábamos de punta a punta la playa Malvarrosa. Escondiendonos de la policia, que perseguia a los que intentaban juntar algunas monedas.
Los chinos debajo de sombreros de tela ofrecían masajes. El cuerpo completo por 10 euros, la mitad del cuerpo 5 euros. Eran delgados salvo por una joven pequeña y gorda que caminaba como un gorila.
Los negros vendían peluches, gafas de sol, camisetas y encendedores que colgaban de sus largos brazos. Eran un escaparate andante.

Entre los vendedores de cervezas los más organizados eran los pakistaníes. Un ejército sobre la arena caliente. Por un euro dejaban disimuladamente entre tus manos una lata fría.
Otros supuestos vendedores aprevechaban y ante el descuido de los bañistas urgaban en las mochilas en busca de algo de valor que robar.
Los empleados de los kioscos de playa nos perseguian amenzandonos. El Sicario los enfrentaba a gritos entre los cuerpos tirados al sol. Peleabamos entre pobres por las oportunidades comerciales del verano.
Luego de asarnos en la playa, ibamos a media noche a la Plaza de la Virgen a intentar vender cerveza junto a afganos, chilenos, argentinos, pakistanies y rumanos que llebaban mochilas cargadas de latas de cerveza o coca cola.
Acosabamos a los turistas para sacarnos de encima las malditas cervezas. Cuando el patrullero llegaba todos desaparecían, como hormigas escapando del fuego.
El negocio no dió buen resultado, con el Gordo bebíamos más de la mitad de nuestra mercancía. Además los márgenes de ganancia eran muy pequeños.
En esas noches recorríamos borrachos las calles del Barrio del Carmen, entre yonquis que mendigaban una mordida de kebab o una moneda y sin papeles que trataban de no hundirse en la miseria del primer mundo.

domingo, 12 de julio de 2009

CAPITULO 7.7: DEDO QUEBRADO


Luego de semanas de vagar sin rumbo como gaviotas sin mar.
El primer cliente cruzó la puerta de la oficina. Se trataba de un Camello del barrio,que intentaba cobrar a pequeños deudores de droga.
Localizamos a dos, el primero nos dejo un reloj y algo de dinero.
El otro se llevo dos cachetazos y la quebradura del dedo meñique por parte del Sicario.
De mala gana el Gordo le partió el dedo a un flaco de gafas, al que le faltaban tres dientes.
Ese mismo día recorrimos el barrio el Carmen bebiendo cervezas de lata a un euro.
El Sicario continuaba con sus delirios de pastor, y en el automóvil escuchaba una copia pirata de música cristiana a todo volumen.
En los estribillos cantaba y me recordaba tener fe. Los clientes no tardarían en llegar, afirmaba poseído por la guitarra eléctrica y la voz atronadora.
Llegamos a la oficina de madrugada, yo llevaba una lata de cerveza a medio terminar. El Gordo traía el hambre de 20 osos. No tardo prepararse un sándwich del tamaño de un ladrillo. Bajo la luz del tubo fluorescente los labios del Sicario se pintaban de kétchup a cada mordida.
Yo encontré un muslo de pollo abandonado en la nevera, que se ahogó en las cervezas de mi estómago.
El Gordo se durmió frente al televisor que bombardeaba anuncios para tener el mejor cuerpo del mundo. Yo mate el insomnio acodado en la barandilla del balcón, mirando las calles vacías del barrio Orriols. En donde los papeles y basura volaban por el viento como en una película del lejano oeste. Cuando sol me dio un balazo, caí rendido en el sillón.

viernes, 10 de julio de 2009

CAPITULO 6.6: MARCANDO TERRITORIO


Entré a la oficina, el Gordo dormía con la cabeza apoyada sobre el escritorio.
Al abrir la puerta no se inmuto, roncaba a destiempo como un motor fuera de punto.
-¡Soldado, firme! Grite y el Sicario dio un salto.
-¡La puta madre que lo pario! ¿No podes chillar más fuerte?- dijo el Gordo
Tenía el cabello revuelto y los ojos parecían una puñalada en lata.
- ¿Algún cliente?
-Ni uno, no sé de qué carajo se quejan los búlgaros. -dijo el Sicario
Salimos a vagabundear por el barrio. Yonquis y borrachines desayunaban porros en las aceras.
-Necesitamos Money, aseguró el Sicario.
- Algo saldrá, hay que esperar.
A pesar del desanimo nos dejamos llevar siempre atentos, buscando, marcado territorio como perros por el barrio Orriols. Hasta que el calor nos acorralo contra la barra de un bar.
Volvimos a la calle, caminamos hacia la Ermita de San Jerónimo. La basura florecía por todas partes, botellas de cerveza, bolsas de pastico, papeles, zapatos, sillas rotas y escombros. Unos 40 Automóviles estacionados rodeaban la Ermita. Los neumáticos dejaban el suelo de tierra lleno de pozos que esquivar.
En el fondo del predio dos negros operaban un automóvil a corazón abierto. Las herramientas estaban desparramadas en el suelo. Desde abajo del automóvil asomaban las piernas de uno de ellos. Más allá un tipo de aspecto sudamericano, sin camiseta con pantalones vaqueros llenos de grasa destripaba un Ford Escort modelo 94.
Completaban la escena, dos españoles de mono azul que quitaban las luces delanteras a un Seat León.
Escapando de la rabia del sol regresamos al bar por más cervezas.

miércoles, 8 de julio de 2009

CAPITULO 5.5: EL SICARIO BUSCA EMPLEO


Unos meses antes de abrir la oficina, el Gordo compró todos los días el periódico El País. Llenó de círculos rojos la página de empleos. En los márgenes dibujó el mar sin sol, dos pájaros, garabatos, y más círculos encerrando sumas y restas.
CHOFER- EXPERIENCIA -MUY BUENA REMUNERACIÓN. ZONA VALENCIA. Decía dentro del círculo más remarcado.
El Gordo consiguió el trabajo del cual solo cobraría medio mes.
Conducía un BMW y vestía de traje negro. El jefe conducía un Alfa Romeo.
Entre los dos llevaban y traían a una pareja de estafadores de un centro comercial a otro.
Sin preguntas le advirtió el jefe el primer día en que subió al BMW.
Una tarde regresaban a la oficina, la casualidad los encontró en el mismo semáforo.
Levantó el pulgar al jefe. Y el otro sacudió la cabeza y aceleró.
En la calle Primado Reig antes de cruzar las vías del tren, un coche Peugeot 306 se atravesó obligándolos a frenar. Desde atrás de un Honda Civic bajaron dos tipos y rodearon el coche del jefe.
Del Peugeot bajo un hombre de barba que apuntaba con una nueve milímetros.
-Las manos contra el coche- grito uno mientras le separaba las piernas a patadas al jefe.
El Sicario, bajó del automóvil, desentendiéndose intentó escapar. Hasta que alguien lo retuvo de la americana.
En la celda el Gordo trato de dormir. Amontonado con quince detenidos más.
¡Que te calles coño! - gritaba el Sicario, a uno que chillaba con la pierna vendada hasta la rodilla.
Cada vez que alguien hablaba, se levantaba y gritaba. ¡Que te calles coño!
Hasta que un negro de casi dos metros, le grito - Cállate tu.
El Gordo abrió los ojos como el dos de oro y dijo -bueno- con voz de niño y se durmió hasta que lo liberaron.

El jefe confesó que el Sicario no tenia parte en las estafas con tarjetas de crédito. Y el conseguir el trabajo por una tercerizadora de empleo salvo al Gordo.
Con el Sicario en libertad, nos dedicamos de lleno a organizar la oficina y a llamar contactos que podrían ayudarnos con información.
Los búlgaros no aparecieron, pero presentía que nos vigilaban. Andábamos por el barrio con cautela, como si de fantasmas se tratara. Ellos estaban ahí, lo sabíamos y nos cuidábamos las espaldas.

martes, 17 de marzo de 2009

CAPITULO 4.4: IGLESIA, PAELLA Y BAUTISMO


El Gordo me dijo separando las palabras con tragos de whisky, que se había metido en una iglesia y deliraba con ser pastor en el futuro. Trató de convencerme de que fuera a la casa de su nuevo Dios.
Hablamos casi dos horas en un pub del barrio El Carmen, que apestaba a humo de cigarrillos y porros.
Cuando solo quedaban borrachos clavados en la barra húmeda, pedí la última cerveza negra. Y antes de beberla, le pegue una trompada al Gordo. El golpe pareció no inmutarle. De bronca solté un derechazo a la nariz. La cabeza con su pelo aleonado se sacudió con violencia hacia atrás. Me pareció ver lágrimas en los ojos del Sicario, pero la luz era escaza y no podría asegurarlo.
El Sicario con un hilo de sangre sobre el labio, me grito - ¡Que haces pelotudo, estás loco!- pasándose el revés de la mano contra la bolita que tenia por nariz.
-Eso es por fugarte después de lo del chino. No me estafaste pero… - logre decir antes de tener las manos del Gordo en mi cuello.
El sicario me soltó de repente como si una misteriosa descarga eléctrica le impidiera continuar la tortura. Con los ojos brillándole como muñeco de peluche arriba de la sonrisa tonta me dijo
-No a la violencia - y a continuación me recito un salmo que hizo todo más triste, más banal, más estúpido. Mateo 13-13 o algo así, dijo apuntándome con el dedo de Dios. - Yo conozco una persona más grande que habita en mi interior, que es más fuerte que el demonio que te posee, es Dios - terminó de decir, interpretando un pésimo papel de místico.
-Por favor Gordo, la palabrería fácil déjala para tu monasterio- le dije arrepentido de golpearlo a traición.-Perdona- continúe- es que me remordía de bronca, vos te borraste del mapa, sin un mensaje, sin una llamada. Yo tuve que desaparecer, que encerrarme en una habitación hasta que pasara el revuelo del secuestro. No sabía si los policías me buscaban, si estabas preso, si me habías delatado.

-Estás perdonado, pero para el nuevo negocio tenés que bautizarte o quedas fuera- dijo el Sicario con una sonrisa que hundió en el vaso de whisky.

- No, no. Sabes que no creo en eso.- dije y ocho vasos más tarde estaba convencido.
Me bauticé en el lago de La Albufera. Abandone la iglesia luego de tres domingos consecutivos de paella.
-Yo no vengo mas, van a darse que soy un incrédulo como decís vos, que viene por la comida, a mi estas historias no me interesan- sostuve una tarde y deje al Sicario cantando entre fieles con los brazos hacia el cielo.
El Gordo acepto la deserción, de todas maneras ya tenía mi bautismo de inmersión y eso lo dejaba tranquilo.

Esa noche salimos del pub abrazados. Nos lanzamos a la calle de adoquines en busca del Opel. El Gordo tenía la nariz hinchada y la chaqueta marrón le iba pequeña, dejándole ver los puños blancos de la camisa.
Me reí a carcajadas y le dije que parecía la imitación de un payaso. El Gordo se puso a bailar imitando la caminata lunar de Michael Jackson. Mientras bailaba gritaba en la noche de un miércoles - ¡Mira que estrellas, que estrellas!
Tardamos más de media hora en encontrar el Opel. Hasta que el Sicario en un minuto de lucidez recordó donde estaba. Con el automóvil en marcha con las ventanillas bajas y el viento frio despejándonos, el Gordo grito de nuevo- ¡Mira que estrellas, que estrellas!

Capitulo 3.3: AVIONES DE ESCAPE

La última vez que el Sicario se esfumó, no fue un misterio. Creía saber dónde estaba.
No tenia que pensar demasiado para conocer su escondite. No era la primera vez que desaparecía sin aviso previo.
Había regresado a Córdoba, Argentina. A cada desbande del destino, el Gordo huía al vientre materno, para perderse en las sierras cordobesas. Se instalaba en la casa de los padres, hasta que otro repentino viaje lo trajera de nuevo a España.
Cuando el primer avión sesgo la primera torre gemela, el Gordo aterrorizado corrió a comprar un pasaje de avión a Argentina. Según sus teorías todo presagiaba impactos contra torres españolas. Esta fue una de las tantas desapariciones del Gordo. Dejaba algo de ropa y un armatoste que tenia por televisor con los amigos. Fugándose con una maleta a cuadros que cerraba aplastándola con su propio peso.
El Sicario es un hombre impredecible, irresponsable con dos corazones entre las costillas, que huye de sí mismo y de sus heridas.
Su llamada telefónica, me encontró con las manos cargadas de platos sucios, corriendo con desesperación avícola, tras más platos en la cocina de un bar.
-Estoy en Valencia, tengo una idea que nos salvara.- aseguró el Sicario con un falso halo de misterio.
Abandone el trabajo. La llamada del Gordo fue la excusa perfecta para dejar las idas y venidas por más pan, sal y platos fríos.
Al día siguiente nos encontramos en un bar del barrio Orriols.
El Sicario me contó que trató de encontrar a su ex mujer. Algunos amigos le dijeron que se había ido a Uruguay, con un criador de caballos pura sangre. Derrotado terminó comiéndose la caja de bombones para Mariana.