lunes, 24 de agosto de 2009

CAPITULO 8.8: LATAS FRIAS


Sentí el impacto contra la clavícula derecha, un golpe seco. Me aterroricé pensando que no tardaría en cubrirme de sangre. El corazon se aceleró bajo mis costillas bombeando miedo. Los bulgaros nos habían cazado sin darnos oportunidad de contrarrestar su ataque.
El Gordo saltó alarmado del banco en el que charlábamos desde hacía cinco minutos. Al recibir el proyectil en los riñones aulló furioso. Agosto y el calor nos habian llevado bajo los plátanos en busca de aire fresco.
La confusión no impidió que reaccionáramos de inmediato. El Gordo gritó amenazante mirando cada una de las ventanas del edificio. Juró que los mataría a todos y con la cara desencajada amenazó a una mujer que se asomaba desde atras de una cortina blanca.
Me toque el pecho que comenzaba a arderme, mis dedos se llenaron de un liquido gelatinoso que no conseguía distinguir debido a mis nervios. Confundido volví a tocar aquella sustancia trantando de identificarla entre mis dedos. Al final caí en la cuenta de que era huevo.
Algún hijo de puta nos había tirado con huevos, que cayeron como piedras desde el edificio.
El sicarrio corrió al portal, tocó cada uno de los tiembres y estalló un puño contra el panel lleno de botones grises.
-¡Hijos de mil puta!, grite con la mirada perdida en las ventanas.
El Gordo tenía un manchón en la cintura que llegaba hasta el bolsillo trasero del pantalon y de la mano derecha corria un hilo de sangre que comenzaba a gotear.
- Si hubieran sido balas estaríamos tendidos junto al banco sobre un charco de sangre bajo los plátanos, reflexionó aliviado el Sicario.
La gente comenzó a asomarce desde los balcones. Miré a cada uno de ellos como los culpables.
-Vamonos antes de que alguien llame a la policía, dije con la voz temblorosa.

La semana trascurrió de mal en peor, no teniamos ni un céntimo.
Llevábamos tres meses sin pagar el alquiler, la oficina se había llenado de botellas, cajas de pizza, bollos de papeles y polvo. Caíamos en picada contra la pobreza.
El Gordo propuso vender cervezas en la playa. Acepte resignado, no teniamos nada que perder.
Estaba cansado de ver la nevera como un esqueleto blanco. Vacia sin ni siquiera una lechuga oxidada en sus costillas. El hambre me ponia de mal humor. El caracter del Gordo no parecía variar en absoluto. Comia todo el dia tortitas que hacia con harina y sal sobre la sarten humeante.

En bolsas de supermercado llevábamos las latas congeladas de cerveza.
Caminábamos de punta a punta la playa Malvarrosa. Escondiendonos de la policia, que perseguia a los que intentaban juntar algunas monedas.
Los chinos debajo de sombreros de tela ofrecían masajes. El cuerpo completo por 10 euros, la mitad del cuerpo 5 euros. Eran delgados salvo por una joven pequeña y gorda que caminaba como un gorila.
Los negros vendían peluches, gafas de sol, camisetas y encendedores que colgaban de sus largos brazos. Eran un escaparate andante.

Entre los vendedores de cervezas los más organizados eran los pakistaníes. Un ejército sobre la arena caliente. Por un euro dejaban disimuladamente entre tus manos una lata fría.
Otros supuestos vendedores aprevechaban y ante el descuido de los bañistas urgaban en las mochilas en busca de algo de valor que robar.
Los empleados de los kioscos de playa nos perseguian amenzandonos. El Sicario los enfrentaba a gritos entre los cuerpos tirados al sol. Peleabamos entre pobres por las oportunidades comerciales del verano.
Luego de asarnos en la playa, ibamos a media noche a la Plaza de la Virgen a intentar vender cerveza junto a afganos, chilenos, argentinos, pakistanies y rumanos que llebaban mochilas cargadas de latas de cerveza o coca cola.
Acosabamos a los turistas para sacarnos de encima las malditas cervezas. Cuando el patrullero llegaba todos desaparecían, como hormigas escapando del fuego.
El negocio no dió buen resultado, con el Gordo bebíamos más de la mitad de nuestra mercancía. Además los márgenes de ganancia eran muy pequeños.
En esas noches recorríamos borrachos las calles del Barrio del Carmen, entre yonquis que mendigaban una mordida de kebab o una moneda y sin papeles que trataban de no hundirse en la miseria del primer mundo.

domingo, 12 de julio de 2009

CAPITULO 7.7: DEDO QUEBRADO


Luego de semanas de vagar sin rumbo como gaviotas sin mar.
El primer cliente cruzó la puerta de la oficina. Se trataba de un Camello del barrio,que intentaba cobrar a pequeños deudores de droga.
Localizamos a dos, el primero nos dejo un reloj y algo de dinero.
El otro se llevo dos cachetazos y la quebradura del dedo meñique por parte del Sicario.
De mala gana el Gordo le partió el dedo a un flaco de gafas, al que le faltaban tres dientes.
Ese mismo día recorrimos el barrio el Carmen bebiendo cervezas de lata a un euro.
El Sicario continuaba con sus delirios de pastor, y en el automóvil escuchaba una copia pirata de música cristiana a todo volumen.
En los estribillos cantaba y me recordaba tener fe. Los clientes no tardarían en llegar, afirmaba poseído por la guitarra eléctrica y la voz atronadora.
Llegamos a la oficina de madrugada, yo llevaba una lata de cerveza a medio terminar. El Gordo traía el hambre de 20 osos. No tardo prepararse un sándwich del tamaño de un ladrillo. Bajo la luz del tubo fluorescente los labios del Sicario se pintaban de kétchup a cada mordida.
Yo encontré un muslo de pollo abandonado en la nevera, que se ahogó en las cervezas de mi estómago.
El Gordo se durmió frente al televisor que bombardeaba anuncios para tener el mejor cuerpo del mundo. Yo mate el insomnio acodado en la barandilla del balcón, mirando las calles vacías del barrio Orriols. En donde los papeles y basura volaban por el viento como en una película del lejano oeste. Cuando sol me dio un balazo, caí rendido en el sillón.

viernes, 10 de julio de 2009

CAPITULO 6.6: MARCANDO TERRITORIO


Entré a la oficina, el Gordo dormía con la cabeza apoyada sobre el escritorio.
Al abrir la puerta no se inmuto, roncaba a destiempo como un motor fuera de punto.
-¡Soldado, firme! Grite y el Sicario dio un salto.
-¡La puta madre que lo pario! ¿No podes chillar más fuerte?- dijo el Gordo
Tenía el cabello revuelto y los ojos parecían una puñalada en lata.
- ¿Algún cliente?
-Ni uno, no sé de qué carajo se quejan los búlgaros. -dijo el Sicario
Salimos a vagabundear por el barrio. Yonquis y borrachines desayunaban porros en las aceras.
-Necesitamos Money, aseguró el Sicario.
- Algo saldrá, hay que esperar.
A pesar del desanimo nos dejamos llevar siempre atentos, buscando, marcado territorio como perros por el barrio Orriols. Hasta que el calor nos acorralo contra la barra de un bar.
Volvimos a la calle, caminamos hacia la Ermita de San Jerónimo. La basura florecía por todas partes, botellas de cerveza, bolsas de pastico, papeles, zapatos, sillas rotas y escombros. Unos 40 Automóviles estacionados rodeaban la Ermita. Los neumáticos dejaban el suelo de tierra lleno de pozos que esquivar.
En el fondo del predio dos negros operaban un automóvil a corazón abierto. Las herramientas estaban desparramadas en el suelo. Desde abajo del automóvil asomaban las piernas de uno de ellos. Más allá un tipo de aspecto sudamericano, sin camiseta con pantalones vaqueros llenos de grasa destripaba un Ford Escort modelo 94.
Completaban la escena, dos españoles de mono azul que quitaban las luces delanteras a un Seat León.
Escapando de la rabia del sol regresamos al bar por más cervezas.

miércoles, 8 de julio de 2009

CAPITULO 5.5: EL SICARIO BUSCA EMPLEO


Unos meses antes de abrir la oficina, el Gordo compró todos los días el periódico El País. Llenó de círculos rojos la página de empleos. En los márgenes dibujó el mar sin sol, dos pájaros, garabatos, y más círculos encerrando sumas y restas.
CHOFER- EXPERIENCIA -MUY BUENA REMUNERACIÓN. ZONA VALENCIA. Decía dentro del círculo más remarcado.
El Gordo consiguió el trabajo del cual solo cobraría medio mes.
Conducía un BMW y vestía de traje negro. El jefe conducía un Alfa Romeo.
Entre los dos llevaban y traían a una pareja de estafadores de un centro comercial a otro.
Sin preguntas le advirtió el jefe el primer día en que subió al BMW.
Una tarde regresaban a la oficina, la casualidad los encontró en el mismo semáforo.
Levantó el pulgar al jefe. Y el otro sacudió la cabeza y aceleró.
En la calle Primado Reig antes de cruzar las vías del tren, un coche Peugeot 306 se atravesó obligándolos a frenar. Desde atrás de un Honda Civic bajaron dos tipos y rodearon el coche del jefe.
Del Peugeot bajo un hombre de barba que apuntaba con una nueve milímetros.
-Las manos contra el coche- grito uno mientras le separaba las piernas a patadas al jefe.
El Sicario, bajó del automóvil, desentendiéndose intentó escapar. Hasta que alguien lo retuvo de la americana.
En la celda el Gordo trato de dormir. Amontonado con quince detenidos más.
¡Que te calles coño! - gritaba el Sicario, a uno que chillaba con la pierna vendada hasta la rodilla.
Cada vez que alguien hablaba, se levantaba y gritaba. ¡Que te calles coño!
Hasta que un negro de casi dos metros, le grito - Cállate tu.
El Gordo abrió los ojos como el dos de oro y dijo -bueno- con voz de niño y se durmió hasta que lo liberaron.

El jefe confesó que el Sicario no tenia parte en las estafas con tarjetas de crédito. Y el conseguir el trabajo por una tercerizadora de empleo salvo al Gordo.
Con el Sicario en libertad, nos dedicamos de lleno a organizar la oficina y a llamar contactos que podrían ayudarnos con información.
Los búlgaros no aparecieron, pero presentía que nos vigilaban. Andábamos por el barrio con cautela, como si de fantasmas se tratara. Ellos estaban ahí, lo sabíamos y nos cuidábamos las espaldas.

martes, 17 de marzo de 2009

CAPITULO 4.4: IGLESIA, PAELLA Y BAUTISMO


El Gordo me dijo separando las palabras con tragos de whisky, que se había metido en una iglesia y deliraba con ser pastor en el futuro. Trató de convencerme de que fuera a la casa de su nuevo Dios.
Hablamos casi dos horas en un pub del barrio El Carmen, que apestaba a humo de cigarrillos y porros.
Cuando solo quedaban borrachos clavados en la barra húmeda, pedí la última cerveza negra. Y antes de beberla, le pegue una trompada al Gordo. El golpe pareció no inmutarle. De bronca solté un derechazo a la nariz. La cabeza con su pelo aleonado se sacudió con violencia hacia atrás. Me pareció ver lágrimas en los ojos del Sicario, pero la luz era escaza y no podría asegurarlo.
El Sicario con un hilo de sangre sobre el labio, me grito - ¡Que haces pelotudo, estás loco!- pasándose el revés de la mano contra la bolita que tenia por nariz.
-Eso es por fugarte después de lo del chino. No me estafaste pero… - logre decir antes de tener las manos del Gordo en mi cuello.
El sicario me soltó de repente como si una misteriosa descarga eléctrica le impidiera continuar la tortura. Con los ojos brillándole como muñeco de peluche arriba de la sonrisa tonta me dijo
-No a la violencia - y a continuación me recito un salmo que hizo todo más triste, más banal, más estúpido. Mateo 13-13 o algo así, dijo apuntándome con el dedo de Dios. - Yo conozco una persona más grande que habita en mi interior, que es más fuerte que el demonio que te posee, es Dios - terminó de decir, interpretando un pésimo papel de místico.
-Por favor Gordo, la palabrería fácil déjala para tu monasterio- le dije arrepentido de golpearlo a traición.-Perdona- continúe- es que me remordía de bronca, vos te borraste del mapa, sin un mensaje, sin una llamada. Yo tuve que desaparecer, que encerrarme en una habitación hasta que pasara el revuelo del secuestro. No sabía si los policías me buscaban, si estabas preso, si me habías delatado.

-Estás perdonado, pero para el nuevo negocio tenés que bautizarte o quedas fuera- dijo el Sicario con una sonrisa que hundió en el vaso de whisky.

- No, no. Sabes que no creo en eso.- dije y ocho vasos más tarde estaba convencido.
Me bauticé en el lago de La Albufera. Abandone la iglesia luego de tres domingos consecutivos de paella.
-Yo no vengo mas, van a darse que soy un incrédulo como decís vos, que viene por la comida, a mi estas historias no me interesan- sostuve una tarde y deje al Sicario cantando entre fieles con los brazos hacia el cielo.
El Gordo acepto la deserción, de todas maneras ya tenía mi bautismo de inmersión y eso lo dejaba tranquilo.

Esa noche salimos del pub abrazados. Nos lanzamos a la calle de adoquines en busca del Opel. El Gordo tenía la nariz hinchada y la chaqueta marrón le iba pequeña, dejándole ver los puños blancos de la camisa.
Me reí a carcajadas y le dije que parecía la imitación de un payaso. El Gordo se puso a bailar imitando la caminata lunar de Michael Jackson. Mientras bailaba gritaba en la noche de un miércoles - ¡Mira que estrellas, que estrellas!
Tardamos más de media hora en encontrar el Opel. Hasta que el Sicario en un minuto de lucidez recordó donde estaba. Con el automóvil en marcha con las ventanillas bajas y el viento frio despejándonos, el Gordo grito de nuevo- ¡Mira que estrellas, que estrellas!

Capitulo 3.3: AVIONES DE ESCAPE

La última vez que el Sicario se esfumó, no fue un misterio. Creía saber dónde estaba.
No tenia que pensar demasiado para conocer su escondite. No era la primera vez que desaparecía sin aviso previo.
Había regresado a Córdoba, Argentina. A cada desbande del destino, el Gordo huía al vientre materno, para perderse en las sierras cordobesas. Se instalaba en la casa de los padres, hasta que otro repentino viaje lo trajera de nuevo a España.
Cuando el primer avión sesgo la primera torre gemela, el Gordo aterrorizado corrió a comprar un pasaje de avión a Argentina. Según sus teorías todo presagiaba impactos contra torres españolas. Esta fue una de las tantas desapariciones del Gordo. Dejaba algo de ropa y un armatoste que tenia por televisor con los amigos. Fugándose con una maleta a cuadros que cerraba aplastándola con su propio peso.
El Sicario es un hombre impredecible, irresponsable con dos corazones entre las costillas, que huye de sí mismo y de sus heridas.
Su llamada telefónica, me encontró con las manos cargadas de platos sucios, corriendo con desesperación avícola, tras más platos en la cocina de un bar.
-Estoy en Valencia, tengo una idea que nos salvara.- aseguró el Sicario con un falso halo de misterio.
Abandone el trabajo. La llamada del Gordo fue la excusa perfecta para dejar las idas y venidas por más pan, sal y platos fríos.
Al día siguiente nos encontramos en un bar del barrio Orriols.
El Sicario me contó que trató de encontrar a su ex mujer. Algunos amigos le dijeron que se había ido a Uruguay, con un criador de caballos pura sangre. Derrotado terminó comiéndose la caja de bombones para Mariana.

jueves, 12 de marzo de 2009

CAPITULO 2.2: NUEVO BARRIO

Hacia un mes y medio, que habíamos abierto la oficina. En el mismo departamento que alquilamos en el Barrio Orriols. El ambiente nos gustaba, multicultural, calles sucias, bares como hormigueros, un barrio obrero, con chinos, colombianos, ecuatorianos, africanos y marroquíes clavados en las esquinas. Con carnicería argentina a dos pasos del edificio. Era el lugar perfecto para el nuevo proyecto.
Cuando el primer búlgaro entró, pensé que era un cliente. No me dio tiempo a decirle nada. Largo las palabras a quemarropa.

-Tienen una semana para cerrar esta mierda.- amenazó acompañado por un gordinflón con la camisa a punto de estallar, cadenas colgando del cuello y gafas oscuras de imitación. Ambos llevaban las cabezas rapadas. Uno tenía dos pistolas de tinta china estampadas en el brazo derecho.

-Entendieron, una semana sino…
Sin dejarlo terminar, el Gordo le estampó una naranja en la frente y nos trenzamos a patadas y trompadas. Rompí el teléfono contra la frente del más grande, que gritó atontado algo en búlgaro.
El Sicario tumbó el escritorio, gritando como loco alaridos de muerte o que querían parecerlo. Luego revoleó más naranjas.
Fui el primero en huir, el Gordo no tardo en seguirme.
El Sicario se me adelanto con el saco de naranjas al hombro y los pantalones a media asta dejándole ver la raya del culo. Sus zapatos de taco retumbaban contra la acera y tiraba naranjas fuera de sí. Era un animal herido que escapaba despavorido entre los transeúntes absortos.

miércoles, 11 de marzo de 2009

EL SICARIO SEGUNDA PARTE CAPITULO 1.1: NARANJAS


El Gordo tiró una naranja contra la frente del búlgaro antes de que terminara de hablar.
Corrimos por la calle Arquitecto Rodríguez.
Dos búlgaros, como perros de caza nos pisaban los talones.
-¡Saca el arma gordo! Grite mientras el Sicario arrojaba más naranjas desde un saco.
Uno de los búlgaros piso una naranja y se desarmo como un muñeco de plástico sobre la calle.
-¡La puta madre gordo, sacudiles plomo!- dije con lo que me quedaba de aire.
Llegamos a la esquina, el Sicario jadeaba al borde del infarto con el saco vacio colgando de la mano.
Un solo búlgaro nos seguía, el otro abandono entre naranjas rotas. Desde atrás de un poste por fin el Gordo, disparo.
Los disparos iban al suelo, su depresión aun le impedía matar. Sus dilemas morales irresueltos, la ausencia de la mujer comiéndole las tripas, empeoraban el panorama. De su ex mujer solo conservaba una foto carnet, vestidos a lunares y zapatos de tacón. Que ella dejo para evitar el sobrepeso en la maleta.
El hombre se detuvo, se parapeto detrás de un Peugeot y disparó una pistola con silenciador. El Gordo respondió con más tiros al azar mientras seguíamos corriendo.
El búlgaro se veía agitado con la cara completamente roja. Tal vez sin aire decidió que lo mejor sería parar la persecución. O solo pretendió darnos un escarmiento como prueba de que no era una broma. Con el negocio no se jode parecía ser la premisa.
Fuimos hacia la Ermita San Jerónimo, donde el Sicario había abandonado el Opel hacia más de tres meses.
-¿Estás seguro que funciona esta lata de sardinas? Pregunte, mirando aterrado lo que parecía un automóvil en plena descomposición.
-Tranquilo, tranquilo, que la maquina se la aguanta- dijo el Sicario limpiando el parabrisas con el puño de la americana.
El vehículo estaba tapado con hojas secas, cagadas de pájaros y polvo.
En el parabrisas la advertencia verde fluorescente del ayuntamiento, alertaba que pronto seria carne de las grúas.
-Vigila por si viene el búlgaro –dijo el Sicario mientras me daba la pistola por la culata.
Aferre el arma con las dos manos, temblando como si tuviera una víbora a punto de morderme. -¿Está cargada?- pregunte y la voz delató mis nervios en cortocircuito.
-¿Estas cagado? Tiene salvas, vamos a filmar una película. No preguntes boludeses. – disparó el Gordo desde la butaca del Opel.
El motor largo un quejido. El Sicario puteo, dio un golpe con la mano derecha al volante. Puteo, se persigno, miro el techo y el humo salió de las tripas del Opel.
- ¡Subí, dale, incrédulo!- dijo el Gordo largando una carcajada.
Antes de subir me pareció ver que se aproximaba el búlgaro y dispare dos tiros al aire.
-Vos tira, que las balas las pago yo- soltó el Gordo y acelero dejando una estela oscura de humo.

domingo, 8 de febrero de 2009

FUTBOL PERO CON PELO CORTO II

Pego sus primeras bocanas al cigarro, dejándolo de lado por el beso helado de la cerveza.
El rock and roll y hizo bailar sus cabellos. Así la hinchada se perdió de goles y festejos.
Hincó los codos en los bares más mugrientos de la ciudad, y cuando alguien creía ver al jugador de futbol. El con una mirada penetrante lo negaba casi con asco.
Metió los trofeos y medallas en una caja de cartón, y sin más se deciso de todo como si fueran las cartas de una novia traicionera.
Con los últimos sueldos que recibió, se compro una moto honda, negra.
Recorrió las calles de Córdoba, en busca de consuelo, por el designio de una corta melenas, había perdido la profesión.

Hizo nido en los brazos de las putas de la Cañada. Cuando no fueron suficientes, gasto cubiertas tejiendo un camino hasta el último bar abierto de la noche.

La camiseta con el número siete, que cubría sus costillas dejo paso a la chaqueta de cuero.
¿Como podía un corte de pelo torcer tanto un destino? Pensó con el viento dándole de lleno en la cara.
En cada bar que entraba dejaba una cicatriz en suelo. Las mujeres como alborotadas moscas comieron de su boca. Cuando el llegaba la televisión pasaba del futbol a los programas del corazón.

viernes, 6 de febrero de 2009

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En memoria de Rafael S.

Mientras hacíamos cola para que cobrara la jubilación. Me separaba del abuelo para mirarlo desde lejos. Al acercarme de nuevo, Rafa sonreía y me preguntaba quién era yo. Por aquella época la memoria le pasaba factura.
Hacia la vertical en el sillón del negocio. Creyendo que así regresarían los recuerdos. Hacía cinco sesiones de tres minutos, hasta quedar rojo y dormido en el sillón.
¿Donde están mis dientes?
Una tarde su cabeza quedo vacía. Solo recordaba piropos con los que halagaba a las clientas.
Decíamos los precios en voz baja para que Rafael no criticara los importes.
¿Dónde están mis dientes?
Se confundía las llaves de la casa con las de la ferretería.
Renegaba contra la puerta, empuñando la llave como un espadachín.
¿Vos sos mi nieto?
Era una locomotora de ochenta años, sin ruedas ni humo.
Cuando Rafa se perdió salimos a buscarlo. Tratando de destejer sus huellas por el barrio. La policía lo encontró en el laberinto de la calle Alvear.
¿Vos sos mi nieto?
Lo trajeron empujándolo suavemente del hombro. Llego a la orilla como si regresara de la vuelta al mundo. Lo miramos a los ojos, para asegurarnos de que fuera él. Nos abrazamos. Rafael rió con ganas y pregunto si era su cumpleaños.
¿Vos sos mi nieto?
La vertical de lunes a sábado. Los domingos arquero oficial. El abuelo volaba de poste a poste, tratando de atrapar los recuerdos. En un vuelo al ángulo capturo su lengua materna. Desde ese día Rafael enfrento puertas empuñando la llave y puteando en idish.

sábado, 31 de enero de 2009

AFUERAS

Mordía los bordes de la vida.
Fumaba sobras en las paradas de autobuses.
Viajaba por aceras hacia ningún lugar. Daba la vuelta al mundo a la ciudad.
Se forraba la piel con vino tinto de caja. Para pelearle a la noche.
Desde el lado de la calle todo tiene llave.
Escapaba del frio en la boca tibia de un cajero automático.
Buscaba monedas en los cajetines de los teléfonos públicos.
Contaba fideos en la sopa, la ciudad vacía separaba las semanas.
Desde el lado de la calle todo tiene llave.
Sentía de verdad, bebiendo coca colas de la basura.
Músculos a base de bordes de pizza, hamburguesas y Patatas fritas abandonadas.
Mordía los bordes de la vida.
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Gente sola en las plazas/ los parking/ centros comerciales/
Locutorios/ cajeros automáticos/ calles/ playas/bares/
Iglesias que amontonan gente sola/Gente sola en la web/
Chicos solitarios del fotoblog/Abrazos de Messenger/
Besos de chat.
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Café descafeinado. Cerveza sin alcohol, sacarina, coca light, trabajos temporales, sueldos de limosna. Menú de oferta, cenas de café con leche. Bocadillos y tapas de miseria a precio turista.
Camarero la sal, más azúcar no mejor sacarina. Esto esta frio, la ensaladilla rusa esta pasada. La cerveza caliente, el pan más tostado, más aceite, mayonesa, otros cubiertos. Trabajadores sin papeles exprimidos en verano.

lunes, 26 de enero de 2009

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Se alquila habitación, preferentemente latinoamericano.
Decía el anuncio pegado contra la puerta de un locutorio.
Estaba redactado a mano y tenía buena caligrafía. Eso no significaba nada pero me infundió confianza.
Lo arranqué y llamé al número telefónico que figuraba al final del texto.
Una voz latinoamericana me atendió.
Convenimos que al día siguiente iría a ver la habitación.
Subía al quinto piso y me plante frente a la puerta del departamento. Parecía el último rocanrolero, el pelo semi largo, chaqueta negra, jeans y zapatillas convers destruidas, que parecían tener bigotes. La barba de un par de días me ensuciaba la cara. La correa del bolso me cruzaba el Corazón y en la mano derecha sostenía un cigarro.
Fuimos directo a la habitación, era pequeña pero me gusto. Una mini biblioteca, un armario empotrado en la pared, una cama de una plaza, eran todo el mobiliario. Acepte ser el nuevo inquilino. El precio me pareció razonable y asegure que al día siguiente mudaría todas mis miserias.
En el trayecto la maleta comenzó a perder las ruedas. Parecía a punto de reventar. Llegue arrastrando la maleta sin ruedas.

Las instrucciones de bienvenida fueron claras, nada de fiestas, mantener el orden, y limpiar tres veces por semana.
Acomode mis cosas.
Carlos se fue al trabajo, acordamos que si yo salía. Volvería a la hora de su regreso. Aun no tenía las llaves del departamento.
Despanzurre la maleta sobre la cama. Ordene ropa y libros.
Aburrido, al cavo de una hora, decidí salir a explorar el barrio.
Eran las 21 hs y Carlos regresaría a media noche.
La exploración no duro mucho. Cuando me crucé con el primer bar. Me trago como si se tratara de la bocanada de una ballena.
Pedí una cerveza. Mientras en la tv un jugador de futbol se revolcaba de dolor. El partido no me interesaba y me dedique a mirar por la ventana. Otra cerveza se deslizo por mi garganta. Luego pedí ron con hielo para cambiar de sabor. Al final fueron seis.
Abandone el bar, como pude llegue al departamento. La puerta principal estaba abierta. Subí y me senté junto a la puerta a esperar el regreso de Carlos.
Cuando desperté, un hombre de bata asomaba el hocico, desde la puerta de en frente a mi nuevo hogar.
-Eso lo hiso usted, me dijo señalando el vomito rojo que estaba junto a mi pierna derecha. Junto a su puerta. - Que hace acá, continuó diciendo sin dejarme reaccionar. Desde atrás del hombre una mujer chillaba, lanzando algunas puteadas.
No recordaba haber vomitado, no recordaba donde estaba.
- No, yo no fui espero a un amigo, dije confundido y de repente me encontré corriendo escaleras abajo.
Me aleje del edificio, llamé a Carlos. Atendió, y sin mediar palabras me corto.
Sentía la lengua pesada, estaba conmocionado. Con la pizza dándome vueltas en las tripas.
Llame nuevamente a Carlos, me dijo que estaba trabajando. Abrirme, le suplique, ¡abrirme, abrirme! Yo no recordaba de qué trabajo me hablaba. Te voy a cortar el cuello, oí que decía antes de cortarme.
Llame otra vez, - Ya me lo contó Luciano, lleva más de media hora discutiendo con los vecinos, dijo con rabia.
- Abrirme, fue lo último que dije, antes de dormir en la plaza.
- ¡No estoy en casaaaa!, gritó Carlos.
Luciano negó que me conocieran y aseguro que sería un yonki el culpable. Cuando Carlos llegó limpió el vomito. Me obligaron a cortarme el pelo, para que no me reconocieran los vecinos.

Me rape, me compre una gorra azul y me oculte tras unas gafas. Durante más de un mes, entre a mi nueva habitación con el más absoluto sigilo. No recordaba la cara de los vecinos y temía que me reconocieran.
Hice dos copias de la llave. La que llevo conmigo y la que dejo escondida bajo la alfombra de entrada.