sábado, 8 de noviembre de 2008

CAPITULO 8: GOLPE DE NUDILLOS

Llovía, desde el balcón veía las espinas de agua clavarse en la acera.
El Sicario sabía que mientras más tiempo pasara, la policía nos encontraría.
Los familiares del chino lo estarían buscando.
En los periódicos no había ni una línea que hiciera referencia a la desaparición del empresario. Ni en los noticieros locales, nada, esto nos hacia poner más nerviosos.
El chino continuaba amarrado a la silla y parecía haber perdido peso, las ojeras resaltaban sus ojos. Parecía un oso panda desnutrido, abatido con la cabeza ligeramente hacia un lado.
- Tenemos que terminar con esto, no lo soporto mas, me dijo el Sicario mientras empuñaba la pistola.
Solo se oía el golpe de la lluvia, y todo parecía estar en silencio en la ciudad.
- Si es lo mejor, no aguanto más la presión. Siento el estomago retorciéndose a cada momento. Dije preocupado.
El gordo montó el silenciador en la pistola con cuidado.
-No hay otra salida, ya hemos llegado hasta aquí, dijo el Sicario mientras el empresario negaba con la cabeza hacia los lados.
Un sudor frió cubrió mi cuerpo, de repente tenia miedo.
La pistola se afirmo contra la sien del chino, el gordo le sacudió con un golpe de nudillos sobre la boca.
El gordo se erguía como un oso empuñando una minúscula arma. Su rostro permanecía serio, de repente se desencajo. No quise mirar y salí al balcón, en estos momentos me daba cuenta que era un cobarde.
Volví a entrar a la sala cuando creía que todo había terminado. El chino seguía allí meneando la cabeza, a su lado el Sicario estaba de rodillas con la cabeza caída.
-¡Carajo me cago en la puta madre! Grito de repente dejando caer el arma.
No quise ver sus ojos, sabia que en ellos había temor. Para matar a alguien, la vida debía darte demasiadas veces con los nudillos, debías acumular demasiado odio y el Sicario parecía haber perdido todo eso.
Necesitaba escapar de aquello por un momento y salí a buscar refugio bajo la lluvia. Que el gordo no hubiera podido matarlo me afectaba. Yo ni siquiera podía matar ni una mosca. No me atrevía a juzgarlo.
Me deje llevar por las calles de Valencia dejando que las horas pasaran.