miércoles, 11 de marzo de 2009

EL SICARIO SEGUNDA PARTE CAPITULO 1.1: NARANJAS


El Gordo tiró una naranja contra la frente del búlgaro antes de que terminara de hablar.
Corrimos por la calle Arquitecto Rodríguez.
Dos búlgaros, como perros de caza nos pisaban los talones.
-¡Saca el arma gordo! Grite mientras el Sicario arrojaba más naranjas desde un saco.
Uno de los búlgaros piso una naranja y se desarmo como un muñeco de plástico sobre la calle.
-¡La puta madre gordo, sacudiles plomo!- dije con lo que me quedaba de aire.
Llegamos a la esquina, el Sicario jadeaba al borde del infarto con el saco vacio colgando de la mano.
Un solo búlgaro nos seguía, el otro abandono entre naranjas rotas. Desde atrás de un poste por fin el Gordo, disparo.
Los disparos iban al suelo, su depresión aun le impedía matar. Sus dilemas morales irresueltos, la ausencia de la mujer comiéndole las tripas, empeoraban el panorama. De su ex mujer solo conservaba una foto carnet, vestidos a lunares y zapatos de tacón. Que ella dejo para evitar el sobrepeso en la maleta.
El hombre se detuvo, se parapeto detrás de un Peugeot y disparó una pistola con silenciador. El Gordo respondió con más tiros al azar mientras seguíamos corriendo.
El búlgaro se veía agitado con la cara completamente roja. Tal vez sin aire decidió que lo mejor sería parar la persecución. O solo pretendió darnos un escarmiento como prueba de que no era una broma. Con el negocio no se jode parecía ser la premisa.
Fuimos hacia la Ermita San Jerónimo, donde el Sicario había abandonado el Opel hacia más de tres meses.
-¿Estás seguro que funciona esta lata de sardinas? Pregunte, mirando aterrado lo que parecía un automóvil en plena descomposición.
-Tranquilo, tranquilo, que la maquina se la aguanta- dijo el Sicario limpiando el parabrisas con el puño de la americana.
El vehículo estaba tapado con hojas secas, cagadas de pájaros y polvo.
En el parabrisas la advertencia verde fluorescente del ayuntamiento, alertaba que pronto seria carne de las grúas.
-Vigila por si viene el búlgaro –dijo el Sicario mientras me daba la pistola por la culata.
Aferre el arma con las dos manos, temblando como si tuviera una víbora a punto de morderme. -¿Está cargada?- pregunte y la voz delató mis nervios en cortocircuito.
-¿Estas cagado? Tiene salvas, vamos a filmar una película. No preguntes boludeses. – disparó el Gordo desde la butaca del Opel.
El motor largo un quejido. El Sicario puteo, dio un golpe con la mano derecha al volante. Puteo, se persigno, miro el techo y el humo salió de las tripas del Opel.
- ¡Subí, dale, incrédulo!- dijo el Gordo largando una carcajada.
Antes de subir me pareció ver que se aproximaba el búlgaro y dispare dos tiros al aire.
-Vos tira, que las balas las pago yo- soltó el Gordo y acelero dejando una estela oscura de humo.