sábado, 31 de enero de 2009

AFUERAS

Mordía los bordes de la vida.
Fumaba sobras en las paradas de autobuses.
Viajaba por aceras hacia ningún lugar. Daba la vuelta al mundo a la ciudad.
Se forraba la piel con vino tinto de caja. Para pelearle a la noche.
Desde el lado de la calle todo tiene llave.
Escapaba del frio en la boca tibia de un cajero automático.
Buscaba monedas en los cajetines de los teléfonos públicos.
Contaba fideos en la sopa, la ciudad vacía separaba las semanas.
Desde el lado de la calle todo tiene llave.
Sentía de verdad, bebiendo coca colas de la basura.
Músculos a base de bordes de pizza, hamburguesas y Patatas fritas abandonadas.
Mordía los bordes de la vida.
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Gente sola en las plazas/ los parking/ centros comerciales/
Locutorios/ cajeros automáticos/ calles/ playas/bares/
Iglesias que amontonan gente sola/Gente sola en la web/
Chicos solitarios del fotoblog/Abrazos de Messenger/
Besos de chat.
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Café descafeinado. Cerveza sin alcohol, sacarina, coca light, trabajos temporales, sueldos de limosna. Menú de oferta, cenas de café con leche. Bocadillos y tapas de miseria a precio turista.
Camarero la sal, más azúcar no mejor sacarina. Esto esta frio, la ensaladilla rusa esta pasada. La cerveza caliente, el pan más tostado, más aceite, mayonesa, otros cubiertos. Trabajadores sin papeles exprimidos en verano.

lunes, 26 de enero de 2009

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Se alquila habitación, preferentemente latinoamericano.
Decía el anuncio pegado contra la puerta de un locutorio.
Estaba redactado a mano y tenía buena caligrafía. Eso no significaba nada pero me infundió confianza.
Lo arranqué y llamé al número telefónico que figuraba al final del texto.
Una voz latinoamericana me atendió.
Convenimos que al día siguiente iría a ver la habitación.
Subía al quinto piso y me plante frente a la puerta del departamento. Parecía el último rocanrolero, el pelo semi largo, chaqueta negra, jeans y zapatillas convers destruidas, que parecían tener bigotes. La barba de un par de días me ensuciaba la cara. La correa del bolso me cruzaba el Corazón y en la mano derecha sostenía un cigarro.
Fuimos directo a la habitación, era pequeña pero me gusto. Una mini biblioteca, un armario empotrado en la pared, una cama de una plaza, eran todo el mobiliario. Acepte ser el nuevo inquilino. El precio me pareció razonable y asegure que al día siguiente mudaría todas mis miserias.
En el trayecto la maleta comenzó a perder las ruedas. Parecía a punto de reventar. Llegue arrastrando la maleta sin ruedas.

Las instrucciones de bienvenida fueron claras, nada de fiestas, mantener el orden, y limpiar tres veces por semana.
Acomode mis cosas.
Carlos se fue al trabajo, acordamos que si yo salía. Volvería a la hora de su regreso. Aun no tenía las llaves del departamento.
Despanzurre la maleta sobre la cama. Ordene ropa y libros.
Aburrido, al cavo de una hora, decidí salir a explorar el barrio.
Eran las 21 hs y Carlos regresaría a media noche.
La exploración no duro mucho. Cuando me crucé con el primer bar. Me trago como si se tratara de la bocanada de una ballena.
Pedí una cerveza. Mientras en la tv un jugador de futbol se revolcaba de dolor. El partido no me interesaba y me dedique a mirar por la ventana. Otra cerveza se deslizo por mi garganta. Luego pedí ron con hielo para cambiar de sabor. Al final fueron seis.
Abandone el bar, como pude llegue al departamento. La puerta principal estaba abierta. Subí y me senté junto a la puerta a esperar el regreso de Carlos.
Cuando desperté, un hombre de bata asomaba el hocico, desde la puerta de en frente a mi nuevo hogar.
-Eso lo hiso usted, me dijo señalando el vomito rojo que estaba junto a mi pierna derecha. Junto a su puerta. - Que hace acá, continuó diciendo sin dejarme reaccionar. Desde atrás del hombre una mujer chillaba, lanzando algunas puteadas.
No recordaba haber vomitado, no recordaba donde estaba.
- No, yo no fui espero a un amigo, dije confundido y de repente me encontré corriendo escaleras abajo.
Me aleje del edificio, llamé a Carlos. Atendió, y sin mediar palabras me corto.
Sentía la lengua pesada, estaba conmocionado. Con la pizza dándome vueltas en las tripas.
Llame nuevamente a Carlos, me dijo que estaba trabajando. Abrirme, le suplique, ¡abrirme, abrirme! Yo no recordaba de qué trabajo me hablaba. Te voy a cortar el cuello, oí que decía antes de cortarme.
Llame otra vez, - Ya me lo contó Luciano, lleva más de media hora discutiendo con los vecinos, dijo con rabia.
- Abrirme, fue lo último que dije, antes de dormir en la plaza.
- ¡No estoy en casaaaa!, gritó Carlos.
Luciano negó que me conocieran y aseguro que sería un yonki el culpable. Cuando Carlos llegó limpió el vomito. Me obligaron a cortarme el pelo, para que no me reconocieran los vecinos.

Me rape, me compre una gorra azul y me oculte tras unas gafas. Durante más de un mes, entre a mi nueva habitación con el más absoluto sigilo. No recordaba la cara de los vecinos y temía que me reconocieran.
Hice dos copias de la llave. La que llevo conmigo y la que dejo escondida bajo la alfombra de entrada.