lunes, 29 de septiembre de 2008

CAPITULO 6: LA SILLA DE RUEDAS

Subimos al piso. La tarea no fue difícil y al parecer nadie se percato de nosotros. El gordo tuvo la magnífica idea de subir al chino en la silla de ruedas de la abuela. Lo vestimos en el coche, en la cabeza un pañuelo de lunares blancos, un chal y una manta para las piernas. El gordo lo levantó en sus brazos como a un bebé y lo depositó en la silla. El empresario estaba pálido e intentó forcejear, cosa que fuè inútil.
El sicario y el empresario subieron en el ascensor. Yo los alcancé por las escaleras. Llegamos al 5to piso, puerta 26. Entramos, olía a tabaco, a comida rancia. En la oscuridad tropecé con latas de cerveza, papeles y cartas sin abrir.
En el sillón del comedor sentamos al chino.
-¿Y tu abuela? Dije, tratando de no hacer ruido.
-Está de vacaciones en el geriátrico hace dos años, no te preocupès, chillo el gordo desde la cocina.
Apareció con tres bocadillos, y dos latas de cerveza Águila.
-¿El chino tendrá hambre? me preguntó.
-No creo, con el cagaso que tiene, en lo último que debe pensar es en comer.
-Bueno el otro bocata es para mí, dijo el gordo con una sonrisa.
El bocadillo no tenía buen gusto, las longanizas estaban secas y el pan duro.
Fuí hasta la cocina a buscar mayonesa, la pila rebalsaba de platos sucios y un gato dormía contra el cubo de basura. Lo toqué con el pié, estaba tieso.

-¡Hay un gato muerto, gordo! Grité alarmado.
-Es de mi abuela, esta embalsamado. ¿Parece una rosca de pascua, no?
Lo llevé un tiempo al geriátrico pero la vieja se empeñaba en darle de comer. Así que me lo traje de nuevo. Siempre le tuve cariño, es un recuerdo de crío.
En la nevera solo había una lechuga reseca, botes vacíos de ketchup y mostaza.
Regrese al comedor resignado.
El chino miraba todo desde el sillón, parecía un buda anoréxico.
Yo casi había terminado mi bocadillo. El sueño me acorralaba contra el amanecer y
deje que mis ojos cayeran. El gordo vigilaría mientras yo descansaba.

jueves, 11 de septiembre de 2008

CAPITULO 5: El SECUESTRO

El sicario se aproximo al chino por detrás, este le pegó una patada en la boca. El gordo retrocedió tres pasos, se limpio la boca ensangrentada con el puño de la camisa y ataco como un oso enfurecido. Sujeto al chino y lo lanzó sobre el capó del coche.
Lo tomó del cuello, el chino estiraba la lengua sin poder gritar, mientras el despachante de la gasolinera miraba atónito.
Arrastró al empresario hasta el Opel, le ató las manos y pies con precintos negros que salían de su bolsillo como lombrices.
Lo metió en el maletero y huimos.
El calor me sofocaba y solo podía pensar en el chino apretujado junto a la rueda de repuesto. El sicario parecía derretirse como un polo al sol.
-Bueno ya esta hecho, me dijo aferrado al volante.
-¿Y ahora que hacemos? Pregunte desconcertado.
- De momento lo llevaremos al piso de mi abuela.
¿Como lo vamos a subir? Va a vernos todo el vecindario.
-No te preocupes, esta todo calculado.
-Mi primer secuestro y ni puta idea de que hacer.
Anochecía en valencia y eso nos calmaba.

lunes, 8 de septiembre de 2008

google04dd7d4301e952f8.html

Capitulo 4: sin plan

Fuimos al polígono industrial de Riba Rojas. El sicario, me dijo que tenía un pedido de los buenos. Llegamos y nos quedamos en el coche frente a una fábrica. Se veían salir y entrar camiones. A las cinco de la tarde se produjo el cambio de turno. Los obreros salían en grupos dejando a su paso bocanadas de humo. Iban vestidos con chaquetas y pantalones azules.
Tenemos que seguir a un empresario chino, me alerto el Sicario.
Esperamos casi tres horas. Al final vimos salir un mercedes gris, en el cual aseguro el gordo, iba el empresario.
Lo seguimos con una prudente distancia. Salimos a la carretera en dirección a la ciudad de Valencia. El tráfico era muy denso a esa hora, la mayoría de la gente regresaba a sus hogares.
Mientras esperábamos, que los coches reanudaran su marcha, el Sicario anotaba algunos datos en una pequeña libreta.
El empresario se detuvo en una gasolinera. El gordo hizo lo mismo y condujo el automóvil en dirección a los lavaderos.
-Vamos a secuestrarlo, me dijo de repente el gordo.
-¡Estas loco! Le dije, ni siquiera tenemos un plan.
- A mi no me hacen falta planes. Quédate al volante.
Yo me encargo del resto, me dijo con frialdad. Mientras se calzaba unos guantes de cuero que le iban pequeños. Los dedos parecían morcillas a punto de reventar.